VIENTO DE LEVANTE

Otro sueño roto

jueves, 5 de mayo de 2022 · 07:51

Como si de una maldición se tratase, en apenas dos años sucumbieron los dos principales diestros de las denominadas Edad de Oro y Edad de Plata del toreo en España. Primero fue Gallito y, casi sin que la afición lo hubiese asimilado, cayó Granero, de cuya muerte se cumple ahora un siglo.

Valencia, que desde los primeros tiempos de la tauromaquia había querido y buscado tener una gran figura del toreo, encontró, por fin, en él a un ídolo de los ruedos. Tras el trágico final de Punteret y Fabrilo y sin que José Pascual Olmos o Isidoro Martín Flores llegasen a cristalizar, como la afición local soñaba, en grandes estrellas, la aparición de Granero supuso todo un acontecimiento.

Nacido el 4 de abril de 1902, en el seno de una familia burguesa, los primeros años de su vida transcurrieron de manera tranquila y monótona, sin que nada le faltase y con todas las comodidades que la posición familiar le permitían. Que no eran pocas. Estudiante de violín en el conservatorio, se había convertido en un virtuoso de este instrumento y todo apuntaba hacia un futuro entre pentagramas y solfas.

Siendo apenas un crío, en 1914, se lanzó como espontáneo en la plaza de Valencia y pese a la monumental bronca de su padre  y su promesa de no hacerlo mas, él era consciente de sus muchas cualidades y condiciones para el toreo y no desmayó hasta que la gente se las reconoció. Su fe en sí mismo terminó dando sus frutos, pese a que tampoco lo tuvo fácil: Luis Suáy, empresario por entonces de la plaza de Valencia, no quiso saber nada de él cuando era un desconocido: que se vaya a tocar el violín, contestó a quienes fueron a recomendarle. Luego sería el primero en correr a llamarle para que actuase en el coso de Monleón.

En 1918 y 1919 tomó parte en bastantes novilladas, siendo frecuente verle anunciado en plazas castellanas junto a sus compañeros de aprendizaje. Siguió firme en su propósito y la temporada de 1920 la comenzó tomando parte en un festival celebrado en Salamanca y tras torear, ya con picadores, cinco festejos, tres en Barcelona y dos en Zaragoza, se anunció, el día del Corpus, en Santander, donde alternó con Carnicerito y Angelillo de Triana y formó un auténtico lío.

Aquel triunfo le sirvió para, el 29 de junio de aquel año, presentarse en Madrid, actuando en compañía de Valencia II y José Carralafuerte y despachando una novillada de Esteban Hernández. La expectación levantada por este acontecimiento fue enorme y el valenciano no defraudó, estando valiente, dispuesto y artista ante sus dos oponentes.

Todos estos triunfos y la gran curiosidad que despertaba entre el público hicieron que no se demorase su alternativa, una ceremonia que tuvo efecto esa misma temporada. Fue el 28 de septiembre en Sevilla. Rafael El Gallo, con el testimonio de Chicuelo, le hizo matador al cederle la muerte de “Doradito”, un toro sardo de la ganadería de Concha y Sierra. Todavía actuaría aquella temporada en otras varias corridas y fue la de 1921 su gran campaña, la de su consagración y consolidación, tomando parte en la misma en 94 corridas que hubiesen podido ser bastantes más de no haber tenido percances.

La campaña de 1922 se presentaba para Granero con los mejores auspicios y todas las ferias y plazas importantes se lo disputaban para sus carteles. En Valencia quisieron que torerase otra vez a primeros de mayo, pero no se llegó a un acuerdo y fue la empresa de Madrid quien le contrató para tomar parte en la corrida en la que iba a confirmar su doctorado Marcial Lalanda.

Y así, el día siete de aquel mes se anunció en Madrid, en la cuarta corrida del abono y en lo que sería su decimotercera corrida del año.

“Pocapena” le esperaba y sin que nadie lo hubiese imaginado, acabó con él y le convirtió en leyenda. Otros sueño roto.