VIENTO DE LEVANTE

Adiós al toreo surco

jueves, 16 de septiembre de 2021 · 06:03

En vísperas de la feria, cuando se recuperan los toros tras casi dos años en blanco, Albacete se vestía de luto por la muerte de uno de los diestros que cimentó la tauromaquia en esta tierra: Pedrés.

Junto a Juan Montero, su pareja en los inicios, y Chicuelo II, forma un trío que se venera en tierras de Albacete y que dio origen a la explosión torera que se vivió en esta ciudad y que culminó con la aparición de Dámaso González un par de décadas más tarde.

Decía Fernando Claramunt que a mediados del pasado siglo en Albacete estaban censados más de doscientos toreros, lo que con arreglo a su número de habitantes la convertía en la ciudad más taurina del orbe.

Una circunstancia a la que no era ajena la figura de ciprés de Pedro Martínez “Pedrés”, cuyos éxitos contribuyeron no poco a querer ser emulados por tantos, transformándose en lo que su paisano, amigo y admirador, el magistrado y escritor Mariano Tomás Benítez, definió con su proverbial ingenio como “torero surco”. Nacido en una aldea a pocos kilómetros de la capital, bien pronto decidió dedicarse al nada fácil mundo de los toros, aunque tardaría un buen rato en hacerlo formalmente, puesto que iba ya para 20 años cuando hizo su debut vestido de luces. Un año después, el 16 de septiembre de 1951, se produjo, también en la plaza de Albacete su debut con picadores y su definitiva puesta en circulación, refrendada con una puerta grande el día de su presentación en Las Ventas.

Eran años de competencia con su paisano Juan Montero, al que no pocos consideraban como el que tenía más posibilidades de convertirse en figura, pero como los caminos del Señor son indescifrables, fue Pedrés el que prosperó y con su toreo tremendista y populista se hizo un hueco entre la élite tras tomar la alternativa, de manos de Litri, en Valencia, plaza por aquellos años activa y principal.

Como era habitual entonces, la carrera de un torero no era larga -a los pocos años de su doctorado ya pensó en retirarse- y siendo ordenado y hormiguita -siempre decìa que tenía guardadas las primeras mil pesetas que ganó como novillero- comenzó a invertir en el campo y en gasolineras, procurándose un buen resguardo que tantos otros no supieron buscar.

Pero la fuerza del toro fue mucha y volvió a ceñirse los trajes de seda y oro, reapareciendo como un diestro mucho más reposado, templado y de corte clásico, ejerciendo como contrapeso en las muchas tardes que por entonces alternó con El Cordobés.

Tras su retirada definitiva, tampoco se entretuvo ahora, en 1965, mantuvo su afición a través de su ganadería, ubicada en tieras salmantinas en las que se afincó, y a la que iban a pasar una prueba casi definitiva todos aquellos que querían ser toreros. El Soro, por ejemplo, sabe del trago que pasó cuando los Camará le llevaron a probarse a su finca...

Azorín explicaba que Pedrés había nacido al pie de la Acrópolis y su arte era ático. Matías Gotor escribió que jugando a la verdad desnuda frente al toro y la muerte culminó una vivencia torera.

Volviendo a don Mariano Tomás, dejó escrito en El arte efímero que “No se puede hablar de estilo sino de evolución, refiriéndose a su torero, desde la heterodoxia suicida hasta el clasicismo poderoso.

Pero su auténtica grandeza consistió en ser el primero en surcar la llanura de afición desbordada. Al principio por rivalidad con Juan Montero y, después, por la permanencia constante entre los coletudos de élite. Sin duda merece reconocimiento referencial por su condición de torero surco para una tierra generosa en toreaje y afición”.

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